Peladita y en la boca.



Hay que soltar la mano, aprender a escribir, aterrizar toda esta lluvia de ideas. Pero, ¿de qué escribo? No tengo la menor idea, o debería decir: no tengo ni puta idea, porque sí, soy una peladita, de esas mujeres vulgares que se comunican a base de groserías. Y me encabrona, realmente me saca de mis estados de paz interior, la gente que voltea a verte como si jamás en su vida hubiera escuchado una grosería, o como si no supieran usarlas, como bien dijo la señora que estaba sentada junto a mí en el autobús, bueno, debo decir que en realidad yo estaba junto a ella y confesar que no era a mí a quien le hablaba sino a su galán, que no precisamente es el mejor de los partidos pues al parecer le es infiel a su esposa. Lo sé porque ella es de esas mujeres que hablan fuerte, tanto que cualquiera que estuviera sentado a su alrededor podría escucharla sin problema, era como vivir una radionovela en el autobús;  y con lo mucho que me gustan las mujeres que hablan gritando, es que siento que les da personalidad, y no lo digo porque yo también sea de esas mujeres que hablan gritando, sino porque las mujeres que hablan fuerte son mujeres de carácter, de armas tomar, son mujeres de esas que se imponen, que no pasan desapercibidas, como mi abuela que no grita, ella así habla; las mujeres que hablan gritando son intensas, apasionadas, desbordadas, fuertes como su tono de voz.
  Desde que la escuché hablar me dio la impresión de que iba a ser un trayecto entretenido, además se notaba que estaba bien entrada en la conversación, mirando por la ventana, con el teléfono en la oreja, ensimismada totalmente, estoy segura que ni siquiera noto quién se sentó a su lado; su realidad no era la mismo que la mía, ella la construía con la mirada del enamorado, en su cabeza se generaban todas las escenas idílicas que su imaginación podía otorgarle, ella podría estar mirando por la ventana pero sin duda no veía lo mismo que los demás que también observábamos por las ventanas del autobús.
Como la distancia de mi casa a la ciudad es considerable, me gusta entretenerme con las vidas de los demás, pero solo de vez en cuando, no es que sea una voyerista, una metiche o una especie de freak, sólo lo hago cuando se presentan esos pequeños milagros de la vida diaria. Quién pensaría que en la cotidianidad puede uno encontrarse con actos, casi imperceptibles, que cambian por completo tu día.  Por eso es que decidí sentarme a su lado. Hablaba sobre una cita con él, por las maneras en que lo envolvía entre palabras tratando de convencerlo de que la cita era buena idea es que creo que él no estaba tan seguro de asistir, parecía que eran amigos, pero de vez en cuando en su conversación salían comentarios que denotaban tensión sexual, había algo de misterioso en el lugar y horario de su reunión, me hizo pensar en la canción “la cita”, la salsa que habla sobre una mujer infiel atrapada en el acto más descarado por su pareja. La verdad es que había encontrado mi minita de oro, las cosas que uno podía intuir sobre esa relación hacían volar mi imaginación: una mujer casada hablando con su amante, también casado, en el autobús; era un secreto expuesto a los oídos de todos los que estuviéramos con ánimos de escucharla. No todos los días tenemos esas oportunidades.  Ella también era un poco pelada, creo fue por eso que me cayó bien, si pudiera elegir entre la gente que habla con groserías o la que se asusta cuando escucha una, definitivamente preferiría la gente grosera, es que decir groserías tiene su chiste, es una expresión de la cultura popular; quien usa las groserías en su hablar cotidiano no siempre lo hace por falta de vocabulario o por querer violentar al prójimo, yo más bien diría que es una preferencia personal, como yo prefiero decir a la chingada, cuando es momento de eliminar algún amigo del Facebook y,  claro, de mi vida, antes que… ni siquiera sé cómo remplazarla; es que en el lenguaje del mexicano promedio, tal como lo dijo Paz, las groserías son conceptos propios, expresan cosas más complejas que sólo insultos. Hay que saber utilizarlas adecuadamente, porque las groserías son caprichosas y volubles, cambian de significado con las mínimas alteraciones de entonación o contexto, para decir groserías hay que saber de lingüística. Bueno, tampoco es que solamente me comunique de esa manera, así como elijo entrometerme en la vida de los demás de vez en cuando, también elijo con quién decir mi mejor repertorio de groserías y en qué momentos realmente merece salir una palabrota de esa boquita que es la misma con la que como. Es cuestión de principios. Como dijo la señora que estaba junto a mí en el autobús, pareciera que algunos no saben cómo usarlas u otros que hasta te piden que no las digas porque “te ves mal”, como si en esta sociedad hubiera una sola persona que no se vea mal ante los ojos, pesados de juicios, de la humanidad.  Yo por eso me declaro abiertamente una peladita, a quién no le guste: ¡A la chingada!

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