LA MEJOR HERENCIA.


Si me preguntarán cuál fue mi primer encuentro con la lectura, diría que fue en la barriga de mi madre. Mi abuelo, el papá de mi papá, siempre fue una persona autodidacta, muy inteligente y con muchos, pero muchos libros. Esta forma de aprendizaje se la contagio a uno de sus cuatro hijos, afortunadamente para mí, fue mi padre quien siguió sus pasos lectores y se apasionó por la astronomía, la música y la tecnología, actualmente es director musical, productor e ingeniero de audio, todo gracias a los libros. Cuando mi madre se embarazo, con tan solo 16 años, mi abuelo nos recibió en su casa, esto hizo que mi madre estuviera cerca de historias y libros maravillosos que mi abuelo le daba, por eso es que mi encuentro con la lectura fue desde la barriga de mi madre. Como quien dice, nací con un libro bajo el brazo y así pasé toda mi infancia; apenas nací y los libros comenzaron a llover, tenía los de bolsillo, los hechos de cartón grueso, unos grandes con muchos dibujos, algunos que podía colorear, los que llevaba en mi bolsita para todos lados, los que hacían ruidos divertidos, pero sin duda, mis favoritos  siempre serán los cuentos clásicos y las fabulas para niños, porque esos me los leía mi papá por las noches antes de dormir, aprendí mucho de esas historias.
Aprender a leer es una de las cosas más maravillosas que me han pasado. Entrando a la primaria aprendí a leer y eso me dio una nueva experiencia con los libros, ¡ahora yo podía leerlos!, y de nuevo los libros comenzaron a llover; de la misma manera en que un niño le pide a suplicas a sus papás, que le compren una golosina en la fila de la caja del supermercado, yo le pedía a mi papá que me comprara un libro, que hábilmente elegía mientras ellos hacían las compras; oficialmente era una devora libros, una vez fuera del súper, ya instalada en el asiento de atrás del auto, comenzaba a leer y no paraba hasta terminar el libro, a veces los leía en voz alta y  otras prefería guardarme esas historias sólo para mí; así pase toda la primaria leyendo todo tipo de historias, consultando los libros de mi abuelo y mi papá que siempre abundaban en la casa, las enciclopedias universales con toda clase de temas interesantes, los atlas mundiales con fotos en gran formato de las maravillas naturales y, claro, las historietas clásicas de Archie, Ricky Ricón y los personajes de Disney. A finales de la primaria me toco leer Harry Potter por decreto escolar y de la directora, sin embargo, no me atrapo, yo prefería las historias espeluznantes de Edgar Allan Poe, de Horacio Quiroga o de Lovecraft, aunque también me gustaban los cuentos de Oscar Wilde y las historias de amor.
En la secundaria los libros fueron parte de mi kit de supervivencia, de nuevo fue mi padre quien me regalo libros sobre los cambios en la adolescencia, leerlos me ayudó a despejar dudas sobre mi cuerpo, los cambios en la manera de relacionarme con otros y por supuesto el tema de los novios y mi sexualidad. Pasar a la secundaria me hizo sentir diferente, de pronto me importaba más lo que mis compañeros pensaran de mí, y me di cuenta que no era como los demás, para empezar a mí me gustaba mucho leer. Leer me ayudó mucho en las materias, así fue que me volví parte del grupo de los “cerebritos” de esos que compiten por terminar primero un ejercicio de matemáticas o sacar la mejor nota en Química o Física, eso sí, siempre fui pésima para la clase de Economía doméstica, fue la única materia que estuve a punto de reprobar dos años seguidos. En mi salón instalaron una repisa con libros de la Sep que podíamos consultar entre clases, así me encontré con libros sobre ciencia, teatro, y muchos de autores mexicanos.  La lectura me llevo a caminos inesperados como ser candidata a presidenta del consejo estudiantil, en donde ,por cierto, me lleve el segundo lugar gracias al discurso que di frente a toda la escuela, concursar en oratoria y poesía, participar en foros infantiles, y juveniles, escribir un cuento histórico sobre Benito Juárez, hasta tomar talleres de teatro. Pero a los 14 años tu sólo quieres una cosa, ser popular, y que todos los niños de la secundaria se fijen en ti; y la verdad es que la lectura no es precisamente la actividad más popular; por alguna extraña razón mis compañeros consideraban la lectura como algo aburrido, y fue también en esas épocas que los celulares y el Internet se disponían a cambiar al mundo. Mi generación fue la que comenzó a vivir esos avances tecnológicos en plena edad de la punzada; los mensajes de texto al celular y los chats públicos en internet era la moda y todos estábamos en eso. Afortunadamente, mi madre, una mujer determinada, nos asignaba pequeñas tareas los fines de semana; después de limpiar la casa y antes de salir a jugar con los vecinos, mi hermano y yo teníamos que elegir cualquier tema que nos interesará de uno de los tomos de la enciclopedia que compró mi papá, leer y hacer un escrito con nuestra opinión. Así aprendí datos curiosos como la historia de los botones o la historia de la moneda. Y aunque leer no era precisamente una actividad que pudiera presumir en la escuela para hacerme popular, siempre había un espacio para mis lecturas a la hora de dormir.
El paso por la adolescencia fue sin duda muy complicado para mí, mi primer año de preparatoria fue un desastre, mis padres recién se habían divorciado y encima tenía que lidiar con los demonios de mi propia adolescencia, la rebeldía no tardó en seducirme y hacer estragos. Al principio todo iba bien, tome talleres de teatro y participe en obras, gané un concurso inter-escolar por una obra de teatro que adapté y dirigí con mis compañeros de salón, participé como Zambia en un ejercicio de simulación de las Naciones Unidas, en el que gané el premio revelación; todo iba bien, excepto mis nuevos amigos. Las malas amistades siempre vienen acompañadas de malas decisiones; cambie las clases por las fiestas y tardeadas, fue como si de pronto no hubiera nada más importante que ser vista en alguna de las fiestas o en su defecto “echando fiesta”, no fue sorpresa para mis padres enterarse que tenía que repetir semestre. Afortunadamente siempre he sido una persona que aprende rápido y aunque la vida social seguía siendo mi prioridad, logre arreglármelas para tener buenas calificaciones y terminar con éxito la prepa.
A punto de terminarla me dio por hacer un servicio social educativo. Me quejaba mucho de la manera en que los profesores enseñaban y del bajo nivel de los estudiantes, así que hice examen en Conafe y entré como instructora educativa; Conafe es un programa de gobierno que se dedica a brindar brigadas de educación básica a sectores a los cuales no alcanza a llegar la Secretaria de Educación Pública, como comunidades rurales muy alejadas o circos y ferias por su itinerancia, a su vez capacita y otorga beca a los instructores que deben cumplir con un año de servicio. Yo elegí el programa de circos, y así fue como pasé 8 meses en un circo dando clases a 6 niños de todos los grados, cambiando de lugar cada semana. La vida en el circo es dura, tanta movilidad te genera inestabilidad, no tienes espacio, no puedes acumular cosas o hacer vínculos con las personas de los lugares. Vives encerrado en una comunidad de 20 personas, pero en lugares geográficos distintos. Yo siempre me había imaginado a la gente de circo como excéntricas y divertidas, pero la realidad es que no es mas que una vecindad itinerante. Lo primero que noté al llegar fue la condición en la que se encontraba la biblioteca, un pequeño huacal lleno de libros mojados y maltratados por las condiciones en las que se transportaban. Los niños no cuidaban los libros, los veías en los motor-home tirados en el piso, en sus mochilas hechos chicharrón, algunos otros con menos suerte, terminaban como aviones para molestar a los trabajadores. Lo primero que hice fue enseñar el valor de un libro, les hablé de la vida de los libros y de cómo hay libros más viejos que nosotros y tal como los abuelitos ocupan atención y cuidados especiales, los libros igual merecen ese respeto. Además, nos pusimos de meta leer toda la biblioteca, al principio elegíamos uno cada semana y compartíamos la experiencia en grupo, pero pronto se agilizo al punto que fueron ellos quienes me terminaron exigiendo hacer el cambio de libro para poder leer otro; Estoy convencida que ayudo mucho a su formación como lectores que me vieran leer, ya que todas las tardes después de clase me ponía a leer en la mesa de la dulcería, así no me sentía tan sola o lejos de casa. Los últimos cuatro meses de servicio los realicé en una comunidad rural llamada Loma de Cienaguillas de Mañones; para llegar tenía que tomar un autobús de hora y media de camino y después caminar 5 kilómetros hacia la escuela. Ahí aprendí de las distintas realidades que existen en el país, la de los campesinos; me encontré con niños sumamente inteligentes que faltaban semanas enteras a clase en épocas de siembra o  cosecha, me di cuenta que no todos los contextos son iguales y de la dignidad de la vida de campo. Ahí los libros estaban bien ubicados en sus repisas y los niños los usaban de vez en cuando para complementar sus tareas. Yo me aventuré a leer la biblioteca popular, la colección de libros de mi secundaria ahora estaba completa y a mi alcance, con carta abierta para leerlos todos; Y eso hice; encontré libros de teatro de Emilio Carballido, novelas de Ignacio Manuel Altamirano y el clásico Edmundo de Amicis: Corazón diario de un niño. Este último lo leí en voz alta con el grupo, cada semana un episodio nuevo; en lugar de hacer de la lectura un castigo lo volví un premio, sólo aquellos que cumplieran con la tarea y terminaran exitosamente el día, podían salir al jardín conmigo para escuchar la siguiente historia y platicar al respecto, algunos que por distraídos faltaban con tarea, lloraban y rogaban por ser incluidos, pero su castigo siempre era el mismo, no poder gozar de la lectura. Eso y verme leer en los recreos hizo de mis nuevos alumnos unos ávidos lectores. Yo aproveché los largos trayectos de autobús  para leer Los Miserables de Víctor Hugo y algunos otros libros de cuentos como Marianela o Trafalgar de Benito Pérez Galdós.
Al momento de elegir la carrera que debía estudiar la decisión para mí era casi obvia, tenía que dedicarme a leer y escribir, fue así como entré a filosofía, durante los cinco años que estudié ahí los libros de filosofía, literatura e historia llenaron los estantes de mi biblioteca personal, me enamoré de la cultura mexicana y de las herencias culturales que tenemos. Los libros se convirtieron en mis amantes y me demandaban tiempo completo. Filosofía significa amor al conocimiento, y si algo había aprendido yo a amar, era a eso, a conocer. Pronto me convertí en una de las mejores estudiantes de la carrera, me había ganado a mis profesores que me prestaban sus libros y por supuesto a todo el personal de la biblioteca que seguido hacían excepciones a las reglas para que pudiera llevarme libros únicos en vacaciones o fines de semana. Desafortunadamente mi situación económica no brillaba tanto como mi trayectoria académica, al principio me las arreglé con becas, pero en un error de llenado en la solicitud digital perdí la beca universitaria, lo que me obligo a buscar maneras de ganar dinero para cubrir mis gastos de hospedaje, comida, transporte y por supuesto escuela. Trabaje un tiempo en cafeterías y trabajos de fines de semana o medio tiempo, viví en carne propia la situación de “estudihambre”, incluso llegué a bañarme en las regaderas de teatro por falta de dinero para el gas; pero eso sí, leía como si ese fuera mi único propósito en la vida, estudiaba y trabajaba, pero sobre todo leía. 
Un día, ordenando mis libreros llené una caja de libros que ya quería soltar, lo primero que pensé fue en ir a venderlos a las librerías de viejo, pero cuando pregunté cuánto me podían pagar no alcanzaba ni para la torta y jugo del desayuno. Ese fue el momento que cambiaría mi vida, decidí venderlos por mi cuenta. Cargue la caja llena de libros, un tapete de yoga que tenía por ahí, e instale un puesto ambulante en la calle de la prepa donde estudié, ese día vendí bastante bien, tan bien que comencé a hacerlo periódicamente, mi papá me regalo un diablito que usé para arrastrar mis libros hasta la salida de la prepa.
En esa época falleció mi abuelo y todos sus libros se quedaron arrumbados en cajas pues ninguno de sus hijos tenía interés en conservarlos, yo los tomé. Seleccioné los que para mí eran más valiosos y el resto los vendí; Pero esta vez hice las cosas bien: hablé con el director de la preparatoria y me dio permiso de vender a dentro del plantel, incluso me prestaba mesa y silla. Así fue como comencé mi proyecto de fomento a la lectura: Librarte. Para motivar a mis lectores y ganarme la confianza y permiso de los administrativos, realizaba actividades de fomento. Entraba a cada salón entre clase y clase y leía pequeños poemas de Baudelaire, James Joyce, Pita Amor, Rimbaud, entre otros y los invitaba a leerlos en mi puesto, llevé juegos de destreza para entretenerme con algunos alumnos, y claro les platicaba las historias de los libros a los curiosos que se acercaban, como si fuera la historia de la vecina o una película. Poco a poco el proyecto creció y fui incluyendo otras disciplinas, invité a fotógrafos y artistas plásticos a exponer en el “puesto” y organizaba presentaciones de títeres, pantomima, conciertos musicales, presentaciones de libros, conferencias, etc; también expandí mi puesto a otras facultades al punto de estar presente en todos los planteles universitarios, y todo esto de manera independiente, tocando puerta por puerta, guiada por mi amor a los libros. 
Hace un par de años se me ocurrió darle un giro y sacarlo a las calles, metí mi proyecto en una plataforma de crowfounding y junté en comunidad lo suficiente para comprar un triciclo tamalero que pude adaptar, y así surgió la Librocleta: sala de lectura, préstamo de juegos de destreza, intercambio y venta de libros, y foro itinerante. 
El año pasado me fui de gira recorriendo todo Centroamérica colocando el “puesto” en los espacios públicos y leyendo poesía al oído. 
Sin duda he recorrido un largo camino, los libros me han dado todo en la vida, han estado en los momentos buenos y malos, siempre acompañándome y ayudándome a salir de los baches. Mi vida es la lectura y sus mundos posibles; ésa es la experiencia que me gustaría compartir con el resto del mundo, la lectura no es aburrida, al contrario, siempre da luz en los momentos de obscuridad. Los libros son aliados en las batallas de la vida. Sin importar lo mal que se vean las cosas a delante, los libros siempre serán buenos guías. 
Mi abuelo no dejo fortuna para heredar y mi padre tampoco lo hará, pero si de algo estoy segura es que me han dado la mejor y más valiosa herencia, el gusto por el conocimiento y el amor a la lectura.


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